Si hay algo que me fastidia en la vida son esas frases que se sueltan y no se completan. O esas frasecillas de doble sentido que no son lo suficientemente explícitas para que la otra persona las entienda. Y es que si de algo he pecado en la vida, eso ha sida la claridad, que no tiene que ver siempre con la sinceridad.
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Es, la claridad, en estos tiempos, algo que no siempre abunda precisamente. Pensamos que si somos demasiado claros expresando nuestras convicciones no vamos a agradar a nuestros amigos. Si explicamos a nuestros compañeros/jefes que nuestro punto de vista en ese enfoque es diametralmente opuesto al suyo, creemos que nos arriesgamos a que nos pongan una x,... y así sucesivamente en muchos ámbitos de nuestra vida. Entonces nos pasamos el día lanzando medias frases, maquillándolas o, simplemente, lanzando humo.
Todo esto viene a que a mí las frases a medias, las frases corteses que quieren decir algo pero no terminan de decirlo,... me ponen nerviosa. Vamos, que me como la cabeza. Y eso fue lo que me pasó anoche: una frase de marras que no termina de decir algo pero que se intuye. Así que me fui a dormir con ella en la cabeza (menos mal que cai como un lirón) y esta mañana he pensado en este post.
Prefiero pecar de clara a que me malentiendan.
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